Arles
Hace 40 años que Arles, ubicada en la Provence francesa, organiza un festival de fotografía. Durante dos meses del verano, la ciudad es invadida por exposiciones y conferencias. Se puede ver fotografías en claustros, antiguas capillas, monumentos historicos e incluso edificios industriales abandonados. En lugar de hablar, como todo el mundo, de futbol o del último divorcio escandaloso, los habitantes de Arles discuten sobre Nan Goldin o el veterano Willy Ronis. Se escandalizan frente a lo que consideran una falta de gusto, se conmueven, se quejan o enorgullecen. Como lo vienen haciendo desde hace 40 años.
Es extraño ver las fotos de los primeros festivales, a principios de los ´70. Los recursos eran escasos y los organizadores se paseaban en 2CV llevando y trayendo materiales, sillas o invitados. En una foto se ve incluso a Lucien Clergue, el mítico fundador del festival, instalando unas luces en calzoncillos. Lo importante no era la logística, sino la obra, los fotógrafos, el público.
Desde hace unos años se incorporaron al circuito de las exposiciones unos antiguos talleres ferroviarios abandonados. El proyecto es ambicioso, como corresponde a toda intervención cultural francesa, pero por suerte avanza lentamente. Solo uno de los pabellones fue reciclado, el resto solo tuvo intervenciones acotadas. El resto es justamente lo más interesante. Los bancos son viejos vagones apoyados en el suelo. Las luces son parrillas hechas de estructura tipo mecano con tubos industriales. Las paredes están sin pintar, tapizadas de fabulosas gigantografías. Unos cubos de color señalan las entradas a cada exposición.
Una señora inglesa bastante malhumorada sostenía que ella podría hacer esas fotos (el lugar común de toda crítica artística, que lleva implícito un extraño desprecio hacia su propio talento) mientras su marido miraba con atención un desnudo en blanco y negro. Una pareja de modernos franceses se extasiaba frente a una proyección de diapositivas de Martin Parr y unas holandesas conversaban animadamente de vaya a saber qué, en holandés.
No escuché a nadie del público quejarse por la falta de aire acondicionado o el confort albanés del café, un conjunto de bancos debajo de un techo de tela. No hablaron del piso manchado, de los escalones rotos ni de los edificios sin techo.
Lo importante, lo único que interesa, como sostiene el amigo perez, son las películas.
Perdón, las fotos.
1 Comments:
el amor, el apoyo, o al menos la curiosidad por cualquier manifestación artística debería exceder la confortabilidad del contexto. sería bueno, especialmente cuando la austeridad es más una fatalidad que una cuestión estética, desprenderse un poco del amor al packaging
By perez, at 12:36 p. m.
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