Santo celuloide

Hace unos días me crucé con el amigo Burman y lo felicité con bastante atraso por el premio que la Iglesia le había otorgado en el último Festival de Venecia. La verdad es que todo era un truco para mostrarle a mi mujer que yo también conozco a gente célebre y tratar de atenuar aunque sea indirectamente la acotada estima que mi suegra tiene de mi (objetivo que no logré cumplir del todo).

Después del encuentro me quedé pensando en el cine y en la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana. Pensé que los hermanos Lumière habían tenido mucho tino en inventarlo a fines del siglo XIX y no cuatrocientos años antes, en la pintoresca época de Torquemada por ejemplo, ya que eso hubiera complicado la entrega de premios cinematográficos por parte del Vaticano, más propenso por aquellos tiempos a incinerar herejes que a felicitar directores.

Tampoco hubiera sido fácil si los famosos hermanos hubieran lanzado su invento unos dos mil años antes y hubieran logrado filmar al Mesias. Eso hubiera generado todo tipo de controversias. Una parte de la cristiandad hubiera sostenido que el celuloide de esa sagrada filmación contenía algo de la propia divinidad mientras otra parte lo hubiera negado rotundamente. El revelado de la cinta hubiera formado parte de la Revelación y los laboratorios se hubieran transformado en centros de peregrinación. No hubiera habido tampoco tiempo para que su Santidad, mientras incineraba a unos y canonizaba a otros, entregara ningún tipo de premio cinematográfico.

Pensé finalmente que el timing de los hermanos Lumière fue increiblemente acertado.