Viejos verdes

Más o menos al mismo tiempo, un par de viejos verdes decidieron dar una clase magistral de cine: El joven Manoel de Oliveira (clase ´08) con Belle toujours y Jacques Rivette (un adolescente del ´28) con Ne touchez pas a la hache.

Belle toujours es la continuación de la icónica Belle de jour, de Buñuel. Oliveira imagina el reencuentro crepuscular de los amantes Henry y Séverine (el monumental Michel Piccoli que parece gozar con cada toma y Bulle Ogier que reemplaza con talento a la Deneuve original) transformándose así en el iconoclasta del iconoclasta. Los sueños de cada uno de los protagonistas se disolvieron con los años pero extrañamente no hay melancolía, sino una rara plenitud. El film es redondo, compacto, casi perfecto. Nos cuenta la historia con una mínima cantidad de recursos. Pareciera que cuando uno llega a los 100 años, los fuegos artificiales pierden gran parte de su atractivo.

Algo parecido sucede con Ne touchez pas a la hache, la adaptación que con ínfimos recursos Rivette hizo de La Duchesse de Langeais de Balzac. Esta historia de desencuentros entre un general bonapartista y una duquesa malquerida, es a la vez un drama amoroso y una alegoría política sobre la restauración aristocrática posterior a la caída de Napoleón. Guillaume Depardieu y Jeanne Balibar, los héroes del relato, están perfectos, secundados por la misma pareja de Belle toujours, Piccoli y Ogier. Las heroínas de las dos películas, la duquesa de Langeais y Sévrine, comparten además la singular voluntad de terminar sus vidas recluídas en un convento.

Así como Oliveira no respeta a Buñuel, Rivette no le teme a Balzac, uno de los tantos monumentos literarios que los franceses adoran adorar.


El año que viene vamos a estrenar Belle toujours. No sería una mala elección estrenar también Ne touchez pas a la hache.