El telón de azúcar
Anoche fuimos a ver El telón de azúcar, documental de Camila Guzmán, en el nuevo Arte Cinema.
La película está centrada en la infancia de la directora, hija del documentalista chileno Patricio Guzmán que se exiló junto a su familia en Cuba luego del golpe de Pinochet.
Camila Guzmán filma su infancia y hay algo extraño en su mirada, desprovista de todos las miedos, las tristezas y las dudas que inevitablemente nos persiguieron en esas edades (al menos, lo juro por mi primer Duravit, me persiguieron). Pero es un film sincero, que pregunta más de lo que responde (como en la magnífica escena con la madre de la directora, que aún vive en la Habana), que evita el panfleto y prefiere la duda, el recuerdo dulce de las fotos de clase.
El Che, Camilo Cienfuegos, Fidel, el terrible Período Especial, desfilan como un lejano telón de fondo y son menos importantes que el olor del chocolate después de la escuela o las canciones que, ya adultos, los amigos de la directora intentan recordar.
Él telón de azúcar es una película política, pero solo de manera tangencial. Es más bien un tratado sobre las ilusiones perdidas, sobre aquello que soñamos ser, visto desde lo que somos.
Como melancólico compulsivo en rehabilitación no puedo más que recomendarla.
La película está centrada en la infancia de la directora, hija del documentalista chileno Patricio Guzmán que se exiló junto a su familia en Cuba luego del golpe de Pinochet.
Camila Guzmán filma su infancia y hay algo extraño en su mirada, desprovista de todos las miedos, las tristezas y las dudas que inevitablemente nos persiguieron en esas edades (al menos, lo juro por mi primer Duravit, me persiguieron). Pero es un film sincero, que pregunta más de lo que responde (como en la magnífica escena con la madre de la directora, que aún vive en la Habana), que evita el panfleto y prefiere la duda, el recuerdo dulce de las fotos de clase.
El Che, Camilo Cienfuegos, Fidel, el terrible Período Especial, desfilan como un lejano telón de fondo y son menos importantes que el olor del chocolate después de la escuela o las canciones que, ya adultos, los amigos de la directora intentan recordar.
Él telón de azúcar es una película política, pero solo de manera tangencial. Es más bien un tratado sobre las ilusiones perdidas, sobre aquello que soñamos ser, visto desde lo que somos.
Como melancólico compulsivo en rehabilitación no puedo más que recomendarla.
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