Las Hierbas Salvajes
Para castigarme por haberle aconsejado una obra de teatro, actividad que le está reservada, perez sostuvo que si bien la obra lo había divertido, no le había gustado. Que se trataba de una sucesión de escenas graciosas a las que le faltaba un nudo potente. Para no contradecirlo, lo que suele generarle primero acidez estomacal y luego violencia doméstica, le dije que tenía razón. Pero estoy convencido de que esa obra tiene el condimento sin el cual las otras virtudes se disuelven como el electorado de Elisa Carrió, es decir rápidamente. Ese condimento es la gracia.
Alain Resnais es justamente un virtuoso de la gracia. Sus películas nos pueden gustar más o menos, podemos padecer o gozar de sus artificios pero difícilmente podamos negarle aquel talento. En Las Hierbas Salvajes el director de 88 años elige la liviandad de la gracia, lo que le permite filmar lo inverosímil con total libertad y sin atarse a ningún canon predeterminado. No sabemos si lo que ocurre, ocurre realmente o si son fantasías de los personajes. Hay elementos que faltan en el rompecabezas, un pasado violento que no llegamos a comprender, diálogos que no percibimos.
Como escribe el amigo Monteagudo: La cámara de Resnais, cada vez más libre, hace un poco lo mismo (que las hierbas salvajes). Va y viene con una fluidez asombrosa y en alguna ocasión incluso parece cobrar vida propia y se libera del yugo de tener que someterse a los dictados de la narración. Hay una escena en la que, como si se aburriera de las disquisiciones de sus personajes, la cámara los abandona discretamente, como quien deja un cuarto en puntas de pie y va a buscar su propio campo de interés, vagando por la sala y registrando detalles que hacen a la vida cotidiana de esa gente, pero que son mucho más divertidos o reveladores que ese parloteo insustancial que se sigue desarrollando, ahora lejano, en el comedor.
Es cierto también que el desprejuicio y la libertad pueden tener su costo, como los insultos furiosos que escuché a la salida del cine. Pero eso es otra historia.
Alain Resnais es justamente un virtuoso de la gracia. Sus películas nos pueden gustar más o menos, podemos padecer o gozar de sus artificios pero difícilmente podamos negarle aquel talento. En Las Hierbas Salvajes el director de 88 años elige la liviandad de la gracia, lo que le permite filmar lo inverosímil con total libertad y sin atarse a ningún canon predeterminado. No sabemos si lo que ocurre, ocurre realmente o si son fantasías de los personajes. Hay elementos que faltan en el rompecabezas, un pasado violento que no llegamos a comprender, diálogos que no percibimos.
Como escribe el amigo Monteagudo: La cámara de Resnais, cada vez más libre, hace un poco lo mismo (que las hierbas salvajes). Va y viene con una fluidez asombrosa y en alguna ocasión incluso parece cobrar vida propia y se libera del yugo de tener que someterse a los dictados de la narración. Hay una escena en la que, como si se aburriera de las disquisiciones de sus personajes, la cámara los abandona discretamente, como quien deja un cuarto en puntas de pie y va a buscar su propio campo de interés, vagando por la sala y registrando detalles que hacen a la vida cotidiana de esa gente, pero que son mucho más divertidos o reveladores que ese parloteo insustancial que se sigue desarrollando, ahora lejano, en el comedor.
Es cierto también que el desprejuicio y la libertad pueden tener su costo, como los insultos furiosos que escuché a la salida del cine. Pero eso es otra historia.