
En un muy
recomendable documental sobre Pixar, el gran John Lasseter habla de sus comienzos turbulentos como animador en Walt Disney (que se dió el lujo de echarlo) hasta la realización del gran sueño del estudio propio. Lo que la película intenta demostrar es que la materia prima de Pixar, desde Steve Jobs, el generoso inversor inicial, hasta los socios o el último de sus empleados, es la pasión. Todo parece negociable salvo la falta de ese condimento.
Luego de una relación tumultuosa con la gran corporación fundada por Walt el freezado, Lasseter logró disfrutar de lo que probablemente él consideró una dulce venganza al ser nombrado consejero artístico de la empresa que lo había despedido.
La princesa y el sapo, película mediocre que condensa todos los vicios de Disney que Pixar siempre buscó evitar como la peste, desde canciones melosas, personajes almibarados hasta ideologías reaccionarias espolvoreadas en este caso con un poco de
Cabaña del tío Tom es la segunda obra realizada por Lasseter desde su nuevo rol. La animación es penosa y hace pensar en esas segundas películas que Disney siempre realizó para salir directo a video (Mulan II, El regreso de Jafar...etc), como si el servicio comercial hubiera decidido obviar las primeras películas, mejores pero más caras y vender desde el inicio basura barata.
Al ver La princesa y el sapo, luego de haber padecido Bolt, el otro hijo bobo del creador de Pixar, es difícil no pensar que el nombramiento de Lasseter fue efectivamente una venganza, pero de Walt.