Una de aventuras
Fue una tarde de programa doble en el último Festival de Mar del Plata. En el clásico recinto del Auditorium (una sala de unas 1.000 localidades reservada para películas en Competencia) se presentaban Honor de Cavallería primero, y la argentina Ciudad en Celo después. La pareja era despareja desde cualquier punto de vista, pero pensándolo exclusivamente desde el ángulo de programación había una coincidencia: se trataba de dos películas controversiales. Honor de Cavallería paracía ser un material demasiado exigente para el público más bien conservador de la primera sección del festival marplatense. Ciudad en Celo, por su parte, paracía ser demasiado conservadora, incluso para ese público.
Asistimos junto con el jurado del Premio 791cine a la proyección de la primera, y suceció lo previsible. Honor de Cavallería, la revelación de Cannes del año pasado, "el Federer del circuito de festivales" según mi amigo y mentor M.A., fue objeto del más grosero abucheo y la burla de la mitad de la sala, y de la defensa encendida de la otra mitad durante casi sus 110 minutos de duración. La primera mitad del público se encargaría de regalarles risas y vitoreos a granel a Ciudad en Celo, algunos minutos después.
Honor de Cavallería es una película de aventuras. Bordea las aventuras del Quijote, pero pareciera que lo más importante es que la aventura de filmar esa película hace también de la experiencia del espectador una aventura. La de asomarse a un cine virgen, desconocido y, en el mejor de los casos, encontrar el tesoro.